Hawaii es uno de esos viajes en los que un@ empieza con un poco de miedo. Decides ir sól@ porque es casi un “viaje imposible”, un sueño, y compras los billetes de avión sin saber tan siquiera si vas a ir segur@.

Digo que lo empecé con un poco de miedo porque era mi primer viaje sola, sin tener nada planeado. Cogí mi mochila, me la puse en la espalda y allá que volé, sin saber ni cuánto tiempo estaría allí, qué me iba a encontrar ni que iba a visitarí.

Decidí alojarme con Coachsurfing. Para el que no lo sepa, Coachsurfing.com es una web en la que la gente alquila su sofá (Si, su sofá), para que mochiler@s como yo puedan hacer su viaje mucho más económico. Aquí fue cuando me asaltaron todas las dudas, y, además, a la gente que se lo decía, no es que me ayudase demasiado… ¿Te fías? ¿Y si vas y no abre nadie la puerta? ¿Dónde dormirás? ¿Y si te pasa algo?

Pues bien, en mi caso, tengo que decir que salió todo perfecto.

Al llegar al apartamento allí me esperaba el que sería mi guía y taxi durante esos días. Una persona viajera, con muchísimo mundo en sus espaldas y también muchísimo de qué hablar.

Durante unos días me llevó por toda la isla descubriendo rincones que sólo los locales conocen. De entre todo lo que visité, me quedo con una playa llena de tortugas, donde meterte en el agua era arriesgarte a que alguna de ellas te pasara por encima! Una experiencia fantástica, difícil de explicar en palabras.

 

Mi aportación por dormir en su sofá era cocinar alguna noche y enseñarle algún plato típico nuestro. Mientras hablábamos de nuestras aventuras, en una de esas conversaciones, no pude resistirme a preguntarle que por qué dejaba su casa a un desconocido sin nada a cambio. Con su respuesta no pude estar más de acuerdo: “Si que recibo algo a cambio conocer a gente nueva, soy una persona que ha viajado mucho y me gusta conocer el lugar y la gente, no ser un turista más, así que recibir a gente en mi casa es salir de mi rutina de trabajo y hablar con gente que sueles compartir esta forma de pensar”.

Al cuarto día, tocaba cambiar de tercio y recibir a una gran amiga mía en la isla, y, no lo voy a negar, fue un alivio después de tanto incertidumbre. Con un apartamento alquilado y un coche entre las dos, tuvimos libertad y, sobre todo, muchas risas durante una semana.

Disfrutamos de las playas, el volcán, cataratas y hikings. Con lluvia, sol o con el día nublado, éramos felices y nos daba igual el tiempo. Fue uno de esos viajes especiales en los que vives el día a día sin pensar ni preocuparte en el mañana. Algo a lo que costó adaptarse al principio y, no os voy a engañar, algo que fue un ejercicio mental del que aprendí a no tener siempre las cosas bajo control y disfrutar del hoy, además de la libertad que te da el no tener un billete de vuelta.

Eso mismo fue lo que me permitió hacer amigos en la isla. Me e dejaran dormir en su casa, me dejaron usar sus tablas de surf y me dejaron sus coches a mi antojo! En una semana mi amiga dejó la isla pero yo tenia ya una “familia” por la que decidí quedarme más tiempo en Maui.

Durante el tiempo extra que me quedé en Hawaii, me llevaron a playas secretas, y nos tiramos por acantilados a mar abierto, donde el agua era tan cristalina que incluso podías ver si tenias alguna tortuga debajo. Una experiencia que sólo puede ocurrir cuando viajas sol@ y sin planes.

Así que, ¿A qué estás tu esperando para llenar tu mochila de todos estas memorias? ¿Qué frena tus sueños? No permitas que nada te impida vivirlos!